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domingo, 25 de junio de 2017

#historiasconorgullo

Bueno, domingo por la tarde. El pasado concurso de Zenda ya se lo llevó el viento. Vamos ahora a por las historias con orgullo. Mi apuesta: Teresa vuelve a fumar.
Imagen tomada de Internet.



Teresa vuelve a fumar


Diez años desde que abandonó esa cajetilla en la mesilla de noche
Nueve tratamientos hormonales.
Ocho palizas a la salida de una discoteca.
Siete mil euros gastados en la sección de contactos de El País.
Seis sesiones al año para mantener el colágeno en los labios.
Cinco pelucas rubias.
Cuatro desengaños amorosos
Tres años ahorrando para una vaginoplastia por inversión peneana que la llena de orgullo.
Dos personas en una cama con la luz encendida.
Un polvo increíble con el primer hombre que le ha llamado Teresa sin dudar.

Abre el cajón de la mesilla, saca la cajetilla de Camel, enciende un cigarrillo, aspira el humo y dibuja  una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez volutas de humo tan perfectas que no sabe si reír o llorar.


domingo, 18 de junio de 2017

Puuuuuuuuuuuuuuum


Seguimos con Zenda.  Con la mujer a la que el viento ayudó a volar.
Imagen tomada de Internet
Puuuuuuuuuuuum


Salta del piso treinta y seis. Debería estrellarse contra el asfalto en apenas unos segundos. Si todo sucede conforme a lo planeado verá toda su vida desfilar frente a sus ojos. Así que se prepara para ver pasar a toda velocidad el patio de su colegio, una Barbie Malibú, un traje blanco de comunión, un beso en el patio del instituto, la facultad de Filosofía, una tarde de cine, el interrail por Europa, la boda con Javier, el nacimiento de Iván, los papeles del divorcio, la nueva novia de Javier. Puuuuuuuuuuuum.
Nada. No hay impacto. Abre los ojos y ve que apenas ha descendido unos metros. Cinco o seis. El viento la mece suavemente. Se aleja del rascacielos. Su pelo se alborota y una sensación de levedad se apropia de ella. Se siente como aquel globo con forma de Spiderman que un día escapó de la muñeca de Iván.
Así que vuelve a cerrar los ojos e imagina una nueva vida. Con Javier. Sin Javier. Da igual. Se ve a sí misma encontrando trabajo. Pagando el alquiler y evitando el desahucio. Recuperando la custodia de Iván. Conociendo a un hombre encantador en la cola del súper. Y hasta le da tiempo a aceptar su invitación para ir al cine. Revive una cena con ese hombre, al que bautiza como Jorge, en un restaurante tailandés al que siempre había tenido ganas de ir. Deja que la acompañe a su casa. Y hacen el amor en el ascensor, porque son incapaces de esperar a llegar arriba. A ese piso treinta y seis donde hace apenas unos minutos fue tan infeliz.  Se besan, se lamen, se desnudan...
Cuando se estrella contra el suelo, siente un orgasmo tan intenso, tan de verdad que no percibe nada de lo que sucede alrededor. Ni siquiera que hace ya seis segundos que el viento ha dejado de soplar.


sábado, 17 de junio de 2017

Tic tac

Vuelve Zenda. Una razón como otra cualquiera para sacar la pluma a pasear una tarde de sábado. Sobre todo si afuera estamos a 40 grados. El tema esta vez es el viento. La de cosas que hace por nosotros, verdad??? Mi relato se llama "Tic tac". Lo de siempre. Pasen y lean. 
Imagen tomada de Internet.
Tic tac

Durante un instante el viento cesa. Solo dos segundos. Dos. Tic tac. Tic tac. Y una minúscula partícula de polen se desprende del estambre y cae al suelo. Así, sin más. Se desploma atraída por la fuerza de la gravedad y se deposita sobre la tierra. De haber caído tres, cinco, cien segundos antes, una ráfaga de viento la habría transportado apenas unos metros. Habría cabalgado sobre la brisa, invisible a los ojos humanos, y se habría depositado suavemente sobre un estigma. Y luego, ya sabes, el milagro de la vida que sigue su curso. La tierra, con su vientre fecundo, hubiera hecho brotar una planta, una flor, diez flores, una docena, dispuestas para ser cortadas, colocadas en un ramo y rodeadas de un papel celofán transparente estrangulado por un enorme lazo rojo. Y ese ramo, llegaría a la puerta de tu casa, de las manos de un repartidor de Interflora que te lo entregaría una vez que estampases tu firma en un recibo amarillo y azul. Luego, tú cogerías el ramo y aspirarías la leve fragancia de las rosas antes de colocarlas en ese jarrón de cristal que tienes en el aparador del salón. Y, finalmente, abrirías el sobrecito que habrían prendido del lazo rojo con una pequeña pinza de madera, coronada con una falsa mariposa de papel de las que venden en el bazar chino por cincuenta céntimos. Dentro del sobre estaría mi disculpa. Y ese “Lo siento, Lorena” sería suficiente. Cogerías tu móvil y me llamarías.

Claro que eso no sucede. Ya te lo dije. Cesó el maldito viento. Cesó durante un instante. Sin razón. Sin lógica. Y aquí seguimos, separados por trescientos kilómetros, mil mentiras y dos segundos. Tic tac. Tic tac.

martes, 13 de junio de 2017

Superhéroes

Llega el turno a la aportación en el bimestre de Esta Noche te Cuento. Me he tomado alguna licencia literaria porque el Cíclope de XMen creo que tiene dos ojos y no uno. Pero me parecía que quedaba mejor así.
Así que espero que os guste mi mujer normal enamorada del hombre extraordinario.


Cíclope

Amé a un hombre con un solo ojo. Vaya si lo amé. Desde el primer instante en que clavé en él mis dos simples y vulgares pupilas. Supongo que es posible que la gente especial ame de manera común. Que la gente común pueda amar de manera especial. Lo sé ahora. No lo sabía entonces. Solo sabía que a su lado me sentía normal. Corriente. Mediocre. Ordinaria. 
Amé a un hombre con un solo ojo y él también me amó. No amó a Tormenta, ni a Mística. Ni a Jane Grey. Eso fue después. 
Y lo dejé. Vaya si lo dejé. Lo dejé después de una mirada, dos paseos y tres besos. Le mentí. Le dije que me había enamorado del dueño de una charcutería de Westchester. Debí ser muy convincente, porque su enorme ojo se veló y lloró como solo él podía hacerlo, liberando una única y gigantesca lágrima de fuego. Debí de comprender entonces que cometía un error. Que la diferencia entre lo normal y lo extraordinario no siempre es tan evidente. Lo sé ahora. Porque cada vez que evoco nuestra despedida siento latir mi pulso desbocado, y los corazones parecen salírseme del pecho.

Los dos.